Aumenta considerablemente
la esperanza debida. Y pierdo, desconsideradamente, el tiempo que me queda en
echarte de menos cuando estás. Y cuando no estás, que no te tengo, disfruto concienzudamente
tu nostalgia.
Tendré tantos
años, décadas cotizadas de suspiros malversados para desaprovecharte, que ahora
que no te tengo debo disfrutarte con una locura y una pasión, que si acaso no
son lo mismo, acabarán por serlo.
Ya habrá
momentos, ya, para mirarnos como si no nos conociéramos o no quedara ya nada
que ver. Ya desataré la prisa y la angustia de la rutina malpagada.
Un día, un buen
día, veré acercarse a la muerte. Más que verla, la oleré. Y volveré a sentirme
como con veinte años echándote de menos cuando no estés.
La buena vida.
Para esperanzas
de vida carentes de erratas, remítase a cualquier otro momento, a cualquier
otro color que aquí nos falta el arte taumatúrgico del amor, que todavía se nos
resiste.
Otra vez. Siempre que me asomo a ti me descubres un paisaje interior, a modo de ventana, de voz interior, de baliza certera que alumbra sólo lo que quiero ver.
ResponderEliminar