El amor este tema tan recursivo que nos quita
el sueño y nos da la vida.
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Tenemos tantas cosas que hacer, que necesitaremos muchas noches…
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Entonces, haremos el amor de día…
Si tuviera que decir si alguna vez me enamoré,
podría afirmarlo. Más de una, incluso, aunque seguro que con los años iré
siendo más selectiva y lo iré reduciendo. Mi primer amor fue casto, lleno de
una inocencia que no llegué a perder. No hablo de la vulgaridad de un tabú,
hablo de la idea de seguir creyendo, de seguir teniendo poderes, de seguir
esperando. El segundo fue más real, lleno de pasión, de la buena y de la mala. Fue
tomar consciencia de un mundo y de una vida. Así de simple y así de trágico.
Seguía sin cumplir los veinticinco.
Si tuviera que compararlos, el primero era
las respuestas a mis preguntas y el segundo me generó todas las preguntas que no
creo que algún día llegue a contestar.
Y estaba yo así, un poco de vuelta de todo,
habiendo perdido la fe. ¿Se puede vivir sin fe? Ya no hablo de un díos, de una
creencia, sino de ese impulso que mueve el universo y que los niños derrochan y
los enamorados desperdician en vanos conflictos. Luego te dedicas a buscarla
por rincones y cuerpos donde solo consigues dilapidar la poca sustancia que te
quedaba. Vamos a llamarla inocencia, fe, conatus…
Vives con ese regusto a fumadora pasiva que
paga sus deudas morales en bares donde no le gusta beber. Y un buen día…
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Un buen día lo recuperas…
No, querido interlocutor, cándido lector,
amante. Un día te rindes. Pasas todas las fases posibles del drama, el
despecho, el autoengaño y la desdicha y vives en una extraña placidez inefable,
insondable, insípida. Pasas a querer a un gato, a un equipo de fútbol, a una
impoluta limpieza de tu entorno y cualquier otra forma de trastorno. En el
fondo, ¿qué es el amor sino un trastorno más? Y así pasas sin pena ni gloria,
ni despecho, despotenciado de ese conatus
inicial. Algunos buscan refugio en la poesía, o en la filosofía intentando
ponerle nombre a este nuevo estado vital. Lo más incautos lo hacen en las
ciencias, en los astros, en la comida.
Y en esa desidia algo sucede. Así encontré a
mi tercer amor, fruto de mis ideas primero, de mi pasión después y de mi sinrazón
por último. Era pregunta y respuesta a la vez, era el orden natural de las
cosas, era la calma resabida.
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Entonces ¿ahora eres feliz?
¿Quien ha equiparado amor a felicidad? Cabe incluso
que sea más desdichada que antes. Pero la vida es maravillosa en mi pena cuando vuelvo a tener súper poderes, a ser un Titán.
Ahora, si yo tuviera que volver a embarcar,
si alguien me preguntara un destino, jamás le diría Ítaca. Váyase usted a las Malvinas,
a Buenos Aires, a las Canarias, donde al menos después de la trágica tormenta,
del naufragio, de los restos, de los versos de Sabina y los sonetos de Darío,
pueda tomar el sol.
Si tuviera que volver a empezar, empezaría
con ella, para regalarle mi inocencia, para aprender la pasión, para entender
la etimología de esta vida que se vive con demasiada prisa y mucha desazón. Si tuviera
que volver a empezar volvería a acabar aquí, llena de canas, de arrugas, de historias,
habiendo pasado de ser Atlas a ser uno más de los presos del Tártaro. Porque el paraíso si es que existe, si se llama fe o se llama conatus debe tener que ver mucho con ella.
Uno lee demasiado a menudo versos para otro, para otra, y desea ser el poeta que los escribió.
ResponderEliminarOtras veces, las que menos, las más extrañas, uno lee versos para otro, para otra, y desea ser ese ser anhelado.
Otra vez me puedes.
"era demasiado fino como para no haberse apercibido de que los extremos de la virtud se asemejan a los del amor en que su mérito proviene precisamente de su rareza,de su condición de obra maestra única,de hermoso exceso"tanto para bien como para mal,el amor es extraño...
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