martes, 8 de enero de 2013

Sine loquo


Sine loquo

La vida es tan absurda como perder un calcetín en una cama que no es tuya y a la que sabes que probablemente nunca volverás.

Y al principio, ni siquiera lo echas en falta. Saliste corriendo, raudo por el camino de la vergüenza y las pocas prendas prescindibles perecieron en los bolsillos.

Con los pies bailando en los zapatos no importaba ya. Un día te percatas y no puedes dejar de pensar en él, en el calcetín. Primero el fastidio de ver al otro desparejado y luego la angustia que te asoma por los pantalones recordándotelo una y otra vez. Poco a poco va in crescendo, y oyes el eco de los otros calcetines marginando al aislado al ritmo de los tambores de la desesperación ante la diferencia. Y se te sube de los pies a la garganta y te planteas ir a ver si está, si ella lo guardó primorosamente, si se acuerda de ti o si, en cambio, lo tiró o lo confundió con otro suyo, suyo o de cualquiera.

Y aquí empieza a mascarse la tragedia porque piensas que no hay un calcetín como aquel, que abrigaba más que los otros, que el elástico no te dejaba la marquita terrible, llegando a idealizarlo y pensar que era tu calcetín de la suerte y que sin él ya no podrás volver a hacer nada. ¡No había un calcetín como aquel, oiga! Y decides llevar chanclas o tirar la pareja, porque sin pareja no hay despartición y fin del conflicto.

Hasta que un día aparece bajo la cama, como trémulo, y te das cuenta de que no había tal problema y que aquella mañana ¡habías salido de casa sin un calcetín!, por la prisa, por la vida, por la falta de ganas de buscar. Toda la historia se viene abajo y el sentimiento de melancolía no tiene sentido, ni el drama, ni, ¡carajo!, nada más.

Ahora llámalo calcetín, llámalo sentimiento, llámalo oportunidad, ¡llámalo! El caso es que siempre se nos quedan incrustadas, encalladas, en callado, aquello que no podemos controlar que son, precisamente, las cosas que no pasan. Si hubiera llevado calcetines me hubiera ido de aquella casa sin pensar en ella más, en la casa y en la chica.

La vida es tan absurda y no hay nada más triste que no tener un lugar al que volver, como no tener a quién escribir. 

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