Sine loquo
La vida es tan absurda como perder un calcetín
en una cama que no es tuya y a la que sabes que probablemente nunca volverás.
Y al principio, ni siquiera lo echas en
falta. Saliste corriendo, raudo por el camino de la vergüenza y las pocas
prendas prescindibles perecieron en los bolsillos.
Con los pies bailando en los zapatos no
importaba ya. Un día te percatas y no puedes dejar de pensar en él, en el
calcetín. Primero el fastidio de ver al otro desparejado y luego la angustia
que te asoma por los pantalones recordándotelo una y otra vez. Poco a poco va in crescendo, y oyes el eco de los otros
calcetines marginando al aislado al ritmo de los tambores de la desesperación
ante la diferencia. Y se te sube de los pies a la garganta y te planteas ir a
ver si está, si ella lo guardó primorosamente, si se acuerda de ti o si, en
cambio, lo tiró o lo confundió con otro suyo, suyo o de cualquiera.
Y aquí empieza a mascarse la tragedia porque
piensas que no hay un calcetín como aquel, que abrigaba más que los otros, que
el elástico no te dejaba la marquita terrible, llegando a idealizarlo y pensar
que era tu calcetín de la suerte y que sin él ya no podrás volver a hacer nada.
¡No había un calcetín como aquel, oiga! Y decides llevar chanclas o tirar la
pareja, porque sin pareja no hay despartición y fin del conflicto.
Hasta que un día aparece bajo la cama, como
trémulo, y te das cuenta de que no había tal problema y que aquella mañana ¡habías
salido de casa sin un calcetín!, por la prisa, por la vida, por la falta de
ganas de buscar. Toda la historia se viene abajo y el sentimiento de melancolía
no tiene sentido, ni el drama, ni, ¡carajo!, nada más.
Ahora llámalo calcetín, llámalo sentimiento,
llámalo oportunidad, ¡llámalo! El caso es que siempre se nos quedan
incrustadas, encalladas, en callado, aquello que no podemos controlar que son,
precisamente, las cosas que no pasan. Si hubiera llevado calcetines me hubiera
ido de aquella casa sin pensar en ella más, en la casa y en la chica.
La vida es tan absurda y no hay nada más
triste que no tener un lugar al que volver, como no tener a quién escribir.
Diciéndolo de la forma más simple posible: Me ha encantado.
ResponderEliminar