jueves, 27 de marzo de 2014

Itinerarte


Caminábamos al mismo paso por medio de una calle abarrotada, de arriba abajo por San Juan de Dios. No hablábamos, tampoco hacía falta, y mirarnos estaba fuera de toda posibilidad. A veces me ganaba unos pasos de ventaja, a veces los perdía mientras íbamos mirando escaparates, fruta, al señor que toca ese instrumento hecho con cables metálicos; la distancia media entre su cuerpo y el mío oscilaba, podía sentir el calor de sus manos pero nunca tocarlas. Algún transeúnte se entrometía entre cuerpo y cuerpo pero solo por breves instantes, sin conseguir romper la tensión física.

Hablar de amor en este punto es baladí, intermediadas por las promesas de un futuro inasible y con lo terrible por descubrir. Cuánto tiempo andamos no lo puedo precisar, por mucho que reconstruya el tramo exacto que paseamos, ni tampoco si ella me vio a mí y caminó conmigo como yo junto a ella. De pronto torció a la izquierda, disolviéndose con todas las otras gentes, con el perpetuo socorro de lo itinerante y no nos cruzamos nunca más, quedándose pendiente del nombre al cuerpo, si acaso no es lo mismo, por conocer.



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