Caminábamos
al mismo paso por medio de una calle abarrotada, de arriba abajo por San Juan
de Dios. No hablábamos, tampoco hacía falta, y mirarnos estaba fuera de toda
posibilidad. A veces me ganaba unos pasos de ventaja, a veces los perdía
mientras íbamos mirando escaparates, fruta, al señor que toca ese instrumento
hecho con cables metálicos; la distancia media entre su cuerpo y el mío
oscilaba, podía sentir el calor de sus manos pero nunca tocarlas. Algún
transeúnte se entrometía entre cuerpo y cuerpo pero solo por breves instantes,
sin conseguir romper la tensión física.
Hablar de amor en este
punto es baladí, intermediadas por las promesas de un futuro inasible y con lo
terrible por descubrir. Cuánto tiempo andamos no lo puedo precisar, por mucho
que reconstruya el tramo exacto que paseamos, ni tampoco si ella me vio a mí y
caminó conmigo como yo junto a ella. De pronto torció a la izquierda,
disolviéndose con todas las otras gentes, con el perpetuo socorro de lo
itinerante y no nos cruzamos nunca más, quedándose pendiente del nombre al
cuerpo, si acaso no es lo mismo, por conocer.
El amor es muy suyo.. Buen post.
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