Quiero un
cerrado por derribo,
pero no
de ruinas,
sino de
un arramplón desmedido
que
deje el cuarto vacío,
las
cortinas caídas,
la ropa
hecha jirones.
Me repito,
como
una comida muy buena,
horas después,
con esa
sensación de regodeo y desagrado,
ante
algo que no se va a volver a dar.
Veo,
muy borrosas, todas las veces
sus
gafas por el colchón,
su
melena sobre mi cara,
sus
manos salvajes,
su
prisa cautelosa,
la
banda sonora de muchas noches,
sus
palabras entre dientes
y los
labios por las caderas de una piel
que no
sé de qué color fue.
Las noches
de la vida que no se vuelven a ver
se
quedan grabadas en la memoria
y en
las palmas de unas manos
que
tienen restos de sábanas.
Bueno,
que hasta nuevo aviso,
te echo
de menos.
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