Lo que espero de otro día más es que estés en
la cama cuando llegue. O que todo haya pasado, y no me refiero a esta angustia
de encontrarte y que me ponga a mil; hablo de que haya pasado y no exista,
pasado por encima, desaparecido. No saber a qué hueles ni a que sabes ni que
besas como si fuera el último día de tu vida. No saber que no eres tan rubia ni
que bizqueas por las mañanas. Que haya pasado y que este eco no haga bomba de
humo todos los días a la hora de dormir.
Ya ves que clase de perturbación tengo, dos
noches, cuatro besos y ya no sé escribir, ya no sé decir que siento. Todo
porque ya no sé manifestar esta melancolía que me aflige y me incomoda. Todo
porque y a no sé besar. Y no me refiero al momento fáctico de unos labios
contra otros, de una lengua intrusa que recorra de los labios a los dientes más
metros de los que tuve que andar en aquel bar para encontrarme contigo. No, me
refiero a cuando besas y se te cae lo que tengas en las manos; a cuando besas y
gimes de placer de ternura de pasión y de ese dolor generado por lo
irresistible que es volverlo a repetir. Inercia. Perder el control.
Todo esto es la condición de posibilidad que
me genera tu recuerdo, la última instancia de que fui un ser vivo capaz de
experimentar emociones. Es un claro “no es por ti, es por mi, que soy una
tarada”. Loca, rematadamente loca, pero ¿para qué sirven los poetas y la poesía
mas que para elucubrar lo que la razón no puede? Por eso quedo fuera de la
razón y hablamos de tormento y drama. Por eso hablamos de anormalidad y me
imagino persiguiéndote y atrapándote en cualquier soportal, en cualquier vado y
que nos prohíban aparcarnos. Por eso me gusta la idea de la seducción anónima o
de la declaración explícita de semejante gilipollez.
Ya ves, que los días y el invierno son muy
largos y tu me recuerdas al verano.
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