domingo, 17 de febrero de 2013

Alhambrada


Lo que espero de otro día más es que estés en la cama cuando llegue. O que todo haya pasado, y no me refiero a esta angustia de encontrarte y que me ponga a mil; hablo de que haya pasado y no exista, pasado por encima, desaparecido. No saber a qué hueles ni a que sabes ni que besas como si fuera el último día de tu vida. No saber que no eres tan rubia ni que bizqueas por las mañanas. Que haya pasado y que este eco no haga bomba de humo todos los días a la hora de dormir.

Ya ves que clase de perturbación tengo, dos noches, cuatro besos y ya no sé escribir, ya no sé decir que siento. Todo porque ya no sé manifestar esta melancolía que me aflige y me incomoda. Todo porque y a no sé besar. Y no me refiero al momento fáctico de unos labios contra otros, de una lengua intrusa que recorra de los labios a los dientes más metros de los que tuve que andar en aquel bar para encontrarme contigo. No, me refiero a cuando besas y se te cae lo que tengas en las manos; a cuando besas y gimes de placer de ternura de pasión y de ese dolor generado por lo irresistible que es volverlo a repetir. Inercia. Perder el control.

Todo esto es la condición de posibilidad que me genera tu recuerdo, la última instancia de que fui un ser vivo capaz de experimentar emociones. Es un claro “no es por ti, es por mi, que soy una tarada”. Loca, rematadamente loca, pero ¿para qué sirven los poetas y la poesía mas que para elucubrar lo que la razón no puede? Por eso quedo fuera de la razón y hablamos de tormento y drama. Por eso hablamos de anormalidad y me imagino persiguiéndote y atrapándote en cualquier soportal, en cualquier vado y que nos prohíban aparcarnos. Por eso me gusta la idea de la seducción anónima o de la declaración explícita de semejante gilipollez.

Ya ves, que los días y el invierno son muy largos y tu me recuerdas al verano. 

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