Había una vez una chica que se llamaba Bilma
y que había sufrido una maldición, que consistía en que todo lo que decía,
escuchaba o padecía verbalmente lo entendía de forma literal, en cualquier de
las formas de su literalidad. Por ejemplo, si le decían que era una chica,
podía ser fémina o pequeña, lo cual le generaba un enorme desconcierto.
Bilma solía ir por la vida con un diccionario
bajo en brazo, un diccionario especial, reducido, que tenía un apartado de
sinónimos y antónimos porque cuando Bilma encontraba alguna sentencia con
contradicción interna se colapsaba. Empezaba a sudar, a temblar, se le pegaba
el pelo a la cara… Y con casi todas las cosas que tuvieran que ver con palabras
le pasaba algo así. Para ella no es que fuera inconcebible, sino imposible leer
algo que tenía faltas de ortografía.
Bilma era sinestésica de las palabras. Las
veía, las olía, en su totalidad. Y claro, una cosa, que es algo, que se parece
a otra, es otra cosa. Las palabras polisémicas la traían por el camino de la
amargura. Por eso Bilma hablaba muy despacio, porque tenía que elegir muy
cuidadosamente cada palabra, era como pintar un cuadro, cosas que le salían a
la gente por la boca, de las manos e iban dibujando algo tan complejo como la
realidad, modificándola.
Le gustaban mucho las palabras esdrújulas
porque eran de color turquesa y como el mar, así con reflejos y podían hacerse
muchas combinaciones. De entre las vocales le daba un poco igual, pero odiaba
algunas consonantes como si fueran lunes.
De modo que la vida de Bilma giraba en torno
a las palabras. Se planteó estudiar filología, pero no había que mezclar el
trabajo con el placer. Y total, tampoco le interesaban las lenguas, sino la
lengua en general.
Y con toda esta historia cabe esperar que
Bilma fuera muy crítica como conversadora interlocutora dialogante, vamos, una
tía muy rara. Pocas excepciones permitía, algún verbo mal conjugado, alguna
preposición mal usada y poco más. Asidua lectora, devoradora de libros
necesitaba que las personas que la rodearan pudieran entender su situación,
placentera o desdichada, sea cual fuera, era la que era y eso no podía cambiar.
Su madre, en un momento de desesperación la
llevó al logopeda, al psicólogo, a un neurólogo y, desesperada, a un curandero,
un chamán.
-
Zeñona, lo que tiene zu hija e un mar mu profundo, un mar mu ohcuro…
Mientras el curandero decía eso, claro, Bilma
palidecía, se mareaba, y empezaba a balancearse.
-
Mire, mire como zufre la pobre criaturica, zi eh que ze le nota que no
ehtá bien… musho rezao habrá que esharle pa que empiece a mejorá…
-
Pero ¿es muy malo? – preguntaba su madre escandalizada.
-
Musho, musho, pero na que no tenga zolución…
El chamán se frotaba las manos, y sacaba de
debajo de la mesa un mazo de cartas, las esparcía en la mesa. Probablemente,
sin todo el aura de misterio, la luz tenue, el olor a pachuli, y demás
parafernalia, se hubieran dado cuenta de que el señor echó las cartas pero en
verdad estaba jugando al solitario…
-
Creo que zerá necezario lo meno sacrifica doh gallina. Uhté lah compra,
que me la trae, le esho unos rezaos, con
la niña delante a ver zi ze le va pazando.
Y claro, cuanto más hablaba el hombre, peor
estaba Bilma. Cuando consiguió salir de allí, pese a toda la aflicción de su
madre, intentó sobreponerse y le dijo que haría todo lo posible por curarse
pero que por lo que más quisiera, no la volviera a llevar allí. Así fue
disimulándolo, controlándolo en la medida de lo posible.
Un día Bilma conoció a Marga, que era una
chica muy tímida, bueno, no era muy chica, era de estatura normal… vamos que
era una mujer muy reservada. ¡Que hablaba poco! Hasta que un día se enraló, y
Bilma quedó fascinada. Marga no hablaba mal, hablaba fatal, pero no de
incorrección sino que, igual que Bilma padecía lo suyo, Marga padecía lo otro,
una dislexia galopante. Pese a lo que podría pensarse, Bilma no se aterrorizó
ni padeció uno de sus terribles ataques, al contrario, fue toda una revelación
y una rebelación también.
No se puede pensar aquello que no se conoce,
(igual que lo que no puede ser, no sólo no puede ser, sino que, además, es
imposible); las leyes del entendimiento a priori son muy complejas, cualquier
duda, hablar con Kant. Pero una vez que piensas algo impensable, llegas a cosas
maravillosas, la catarsis, y Bilma aprendió que, hay palabras mal dichas, mal
entendidas y hay cosas que no están ni bien ni mal, que sólo son diferentes. Y
supo lo que sintió Picasso cuando pasó del arte normal a su tan adorado cubismo
el día que Marga le escribió en un postit (que también era cuadrado): Bilma te
querio :).
Qué texto más precioso tia
ResponderEliminarAy. Voy a leerlo de nuevo
ResponderEliminaray Mamen tú si que eres bonita^^
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