Yo quería escribir algo
que se llamara Hábeas corpus
para recordarme cómo había sido
quererla,
fisicidad pura en la que por fin
me materializaba
cuando encontrábame en su boca;
y no hablo del acto de besar
si no de cuando mi palabra
encontraba respuesta,
únicamente, entre sus labios.
Eso no casaba con la pretensión
de un amor prêt-à-porter,
de esos que encajan en cama de
uno treinta
y que preguntan todas las
mañanas por la intimidad del sueño
y por cuantas cucharadas de
azúcar en el café.
Perdí la cuenta de los cuerpos
en los que la busqué,
sin rostro ni rastro por el que
seguirle la pista;
será por ello que últimamente
encuentro en la poesía
la evidencia total de la soledad,
que ha terminado por perder la
forma,
y convertirse en el único modo
de compañía.
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