Hablamos solos por la calle con
toda naturalidad;
pierdo el autobús por un testigo
de Jehová que me pregunta,
a las ocho de la mañana, qué
pasará cuando Satanás desaparezca;
sigo guardando el tapón de
nuestro primer vino,
por si recuperas la botella;
somos incapaces de ocupar una
mesa con desconocidos
pero compartimos cama con
inusitada confianza;
busco el camino de vuelta a casa
sin salir,
porque casa es una idea que
nunca había estado tan lejos,
y me conformo todas las noches
del mundo
con este absurdo desdén,
con este despecho mal disimulado
con la
inocente pretensión de que no pasa nada.
No sé qué sucederá cuando
aparezca o no Mefistófeles,
si la fidelidad es una práctica
teórica o técnica,
si pecamos de palabra obra y
omisión,
mirándonos como haciendo el amor
encima de cada mesa de café;
no sé qué pasará si cojo el
autobús en dirección contraria
y me deshago de todos los
cepillos de dientes que no son míos,
haciendo de casa el lugar dónde
se encuentra la intransitividad en que me soy,
y hablo contigo en vez de hablar
sola;
tiro el tapón y busco otra
botella
para ahogar mis miedos y mis
penas y me embriago
y te
digo que soy yo la que no hace otra cosa que pensar en ti.
Que no sé qué hace una chica como
yo en un sitio como este
pero, al caso, te echo de manos.
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