miércoles, 23 de abril de 2014

Las mil y una alhambras

Hablamos solos por la calle con toda naturalidad;
pierdo el autobús por un testigo de Jehová que me pregunta,
a las ocho de la mañana, qué pasará cuando Satanás desaparezca;
sigo guardando el tapón de nuestro primer vino,
por si recuperas la botella;
somos incapaces de ocupar una mesa con desconocidos
pero compartimos cama con inusitada confianza;
busco el camino de vuelta a casa sin salir,
porque casa es una idea que nunca había estado tan lejos,
y me conformo todas las noches del mundo
con este absurdo desdén,
con este despecho mal disimulado
con la inocente pretensión de que no pasa nada.

No sé qué sucederá cuando aparezca o no Mefistófeles,
si la fidelidad es una práctica teórica o técnica,
si pecamos de palabra obra y omisión,
mirándonos como haciendo el amor encima de cada mesa de café;
no sé qué pasará si cojo el autobús en dirección contraria
y me deshago de todos los cepillos de dientes que no son míos,
haciendo de casa el lugar dónde se encuentra la intransitividad en que me soy,  
y hablo contigo en vez de hablar sola;
tiro el tapón y busco otra botella
para ahogar mis miedos y mis penas y me embriago
y te digo que soy yo la que no hace otra cosa que pensar en ti.

Que no sé qué hace una chica como yo en un sitio como este

pero, al caso, te echo de manos. 

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