sábado, 10 de agosto de 2013

Felix felicis

Te levantas una mañana de febrero y sales corriendo. Llueven troníos y sales al fuego en busca del primer autobús que te lleve lo más lejos posible de tu destino fatal. Maldices toda tu estirpe por haber vuelto a trasnochar entre algunas líneas o algunos labios. Atónita, miras el reloj que está en medio de la calle y te regala media hora; entras en la primera cafetería que encuentras, te desabrochas febril el abrigo (en el que jamás te sentirás cómoda) y dices las palabras mágicas. La mayor parte de las veces ni siquiera es necesario, la prisa marcada debajo de los ojos te delata. Y llegan, humeantes, efluvios emanados de la mismísima piedra filosofal; te devuelve a la vida y esa mañana de invierno vuelve a ser primavera, con suerte te sonríe la camarera y puedes salir al paso de otro día más.


En cambio, cuando se te dilata el verano entre las manos y escasean por montera los golpes de suerte, buscas en cualquier reducto de la jornada un poco de esa normalidad, de esa prisa, porque el hastío no te es propio. Te sumerges en los posos, ansiando la respuesta sin pregunta.

"Y junto con el café tomas quién sabe cuántas más cosas: tomas toda la mañana, la mañana de ese día y a veces también la mañana perdida de la vida".





Benjamin, W., Denkbilder.

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