sábado, 29 de junio de 2013

Propiocepción

Apelando a la casualidad, apelando al destino, dejamos escapar las oportunidades. 

Ya nos encontraremos en otro aeropuerto, ya me subiré a esté tren en la siguiente estación.

Esperando, paciente o pasivamente, un designio divino, una casualidad para poner nombre a nuestra voluntad que no sea la alevosía a nuestros propios actos; basándonos en una coherencia interna que nos otorga la razón y algún principio de moralidad, como si recular fuera siempre errado. Y pensamos que es difícil tomar esta actitud, pensamos que no tenía sentido salir corriendo detrás de ella hasta que recuperases el corazón que se te había escapado por la boca; que no merecía atravesarse en las vías de la estación y hacer que parasen el mundo.

Pero la espera deja de tener sentido en ese momento en que percibes que ese tren ya no es el mismo, que tú no eres quien se iba a subir. Y, de nuevo, que si bien todos los caminos llevan a Roma el camino lo tienes que determinar tú y es el coste de oportunidad de cada nueva aventura. Cómo sería si nos dieran de antemano el final de cada una de nuestras posibles historias, o acaso algún dato, una pista para que la elección no fuera completamente a ciegas.


He aquí la clave, los trenes y las decisiones se cogen con los ojos cerrados porque, a veces, la razón nos engaña y nos engañan los sentidos y solo queda actuar por instinto. 

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