Amor fato

No solía salir a desayunar fuera, era lo que pensaba mientras pensaba qué pedir en la barra y desdoblaba el periódico. Quince páginas sobre la elección de un nuevo Papa, Pope, líder espiritual, a fin de cuentas.

No solía desayunar fuera porque no solía desayunar. En las noticias de la televisión hablaban de fútbol.

Este era el drama de nuestro tiempo. Desayunas té o café, algo que te puede convertir en un señor o en un villano. En la tele hablan de un dios y en el periódico de liderazgos espirituales y yo no sé elegir entre si ser el bueno o el malo. Será que carezco de guía y me debato entre cualquiera de los dramas mundanos de mi época.

El principal problema de nuestro momento es que no sabemos lo que queremos, por tanto, no podemos conseguirlo, tenerlo; e incluso teniéndolo, probablemente no lo disfrutemos. Así que nos quedan dos opciones: conformarnos con lo que más a mano tenemos, con lo que nos parece que es lo que necesitamos, o no. Conformarnos con el riesgo de que, haciéndolo podemos perder la oportunidad de encontrar lo que verdaderamente necesitamos o, no conformándonos, de perder lo que tenemos que no sabemos que es lo que queríamos. Esto es aplicable al té, al café, a ti, a mi, a nuestro presunto sentimiento de amor con la catastrófica consecuencia de que no lo sabremos hasta que levantemos la mano y ordenemos al camarero, hasta que nos tiremos las cosas por la ventana o nos arranquemos la ropa a bocados. Y la opción deshacer nunca es una alternativa. La filosofía de la inacción es una contradicción en sí misma.

Ahora no sé si darme la vuelta y salir por la puerta y deshacer lo andado hasta tu portal y besarte como no te he besado. Quedarme y pedir un café y un té y quitarme de conflictos. Era mejor no salir a desayunar, no desayunar. Era mejor no haberte conocido, o no haber nacido. Al caso, da igual.

-          ¿Qué va a tomar?

-          Un zumo de naranja, por favor.