sábado, 25 de agosto de 2012

Los seres únicos


La sala estaba considerablemente llena. A los lados, delante del público y frente al estrado, un hombre y una mujer acompañados cada uno por un hombre de traje. Había una calma frágil, tensa.

-          Entonces, ¿cómo se declara? – preguntó la jueza.
-          Estoy loca, me volví loca por él.
-          La sentencia está clara, la acusada se declara culpable y será recluida en un centro psiquiátrico indefinidamente. Y usted – dice refiriéndose al hombre en el lado opuesto de la sala – queda condenado a prisión por ser el responsable de esta situación.

Dio un golpe seco con el mazo sobre el estrado, dando por finalizado el encuentro.
El abogado del hombre se levantó y empezó a gritar:

-          ¡Qué clase de delito es ese, señoría! ¿Cómo va a condenar a mi cliente a prisión porque esa mujer se volviera loca?

La jueza soltó el mazo y juntó las manos entrelazando los dedos. Miró a la mujer, sentada y taciturna; miró al hombre con los puños cerrados sobre la mesa.

-          Todas las historias tienen dos versiones y eso no exime a ninguno de los dos de la culpa. La justicia y el amor son ciegos.

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